Ante mi retorcida insistencia, Khaled aceptó llevarme con él a Marruecos. Nos marchamos a finales de febrero y hemos vuelto hace escasamente un par de meses, uno detrás de otro. La Sandra acortó definitivamente la vida de mi ordenador y he tardado un par de semanas en comprar otro. Desde que estoy en Madrid siento que algo no marcha bien dentro de mí, aún estoy investigándolo. Quizá tantas emociones han hecho que me convierta en otra persona, no estoy segura.
Estaba dispuesta a pagar los billetes en avión, pero me repitió varias veces que deseaba hacer el trayecto en barco conmigo. Camino de Algeciras, aún dentro del tren, ya pude sentir su calentura a través de su lengua dentro de mi oreja o con su mano una y otra vez buscándome la entrepierna. Le divertía el recato que yo mostraba ante el resto de pasajeros del vagón y sentenció sus intentos diciéndome que en el barco todo sería distinto. Y así fue. El ferry no había salido del puerto y ya le tenía pegado a la espalda, mostrándome el estado de su polla bajo el pantalón. Se empeñó en realizar todo el trayecto en la cubierta, se empeñó en buscar un lugar más apartado cuando otra pareja llegó y tomó asiento en los bancos de madera y se empeñó también en que debía chupársela durante más tiempo del que yo consideré adecuado. No hizo la menor intención de complacerme, hecho del que me quejé y poco después pagué mis quejas con una nueva penetración aún más brusca que la anterior tras cambiarnos de sitio.
Antes de bajarnos del barco me hizo quitarme el vestido y colocarme unos tejanos. Agarrándome del pelo y apretándome contra él me hizo después jurarle que seré siempre suya y eso hice. Aunque vuelva Munir, y le dije que sí. Pase lo que pase, y tuve que repetirlo. No salimos del baño hasta que me tuvo allí, corriéndome y empapándome los tejanos. Nos llamaron la atención y les respondió con insultos, como hace siempre que algo no le gusta. Antes de salir del puerto de Tánger y ya con la nueva moneda lo primero que hizo fue llamar por teléfono. Habló en un árabe bastante agitado con no se quién mientras jugaba con mi colgante y tiraba hacia sí de mi pezón izquierdo. Me hizo daño y al quejarme me ordenó silencio. Al colgar me dijo que tenía mujer y dos hijos y que yo le esperaría en el hotel donde tenía pensado alojarme todo el tiempo que él considerase necesario mientras estuviese con ellos. No supe qué decir y avanzamos buscando la salida sin mencionar palabra durante largo rato.
Se detuvo de pronto y dijo que allí mismo esperaríamos un taxi. Había cerca un grupo de hombres que no me quitaban la vista de encima y fue entonces cuando me armé de valor y le pregunté directamente con quién pasaría las noches en lo que durase el viaje. Me miró unos segundos a los ojos antes de responder que eso dependía de mi comportamiento y del comportamiento de ella. Le pregunté si era guapa y me dijo que sí. Le pregunté si la quería y me respondió que no hiciese tantas preguntas. Se comportó como un hijo de puta, pero me tenía loca perdida. No dejó de meterme mano durante el camino y que el conductor nos observase le resultaba divertido. Cuando llegamos al hotel me indicó que me ayudaba a subir el equipaje, le pedí que por favor se quedase conmigo unas horas antes de marcharse y lo hizo. En el ascensor también guardamos silencio y antes de que se abrieran las puertas de la cuarta planta me dijo que había sido yo quien se había empeñado en acompañarle en ese viaje. Era cierto.
Al llegar a la habitación echó un vistazo alrededor y también entró en el baño. Mientras yo trasladaba las maletas hacia el rincón del fondo él se sentó sobre la cama y, tras observarme muy serio, me pidió que me acercase. Ya junto a él, en un solo movimiento me volcó sobre la cama y comenzó a desabrocharme el pantalón sin decir nada. No tardó en bajarlo ni en abrirme los botones de la camisa dejándome el pecho al aire pues no llevaba sujetador. Se abalanzó sobre uno de los pezones, chupándolo, mientras con la otra mano bajaba su pantalón colocándose sobre mí impidiendo que me moviera. Fui incapaz de hacerlo. Al tenerle allí de nuevo altamente excitado le pregunté si también iba a follar con ella después y contestó que posiblemente no ya que tenía pensado estar conmigo hasta quedarse sin fuerzas. Se aseguró bien en dejarme contenta antes de cerrar la puerta y marcharse, un par de horas después de haber llegado. Desde entonces empezó mi pesadilla en soledad.
Fueron varias las veces que me asomé por la ventana del hotel antes de bajar a cenar con la idea de verle llegar, pero no lo hizo. Me llamó por teléfono cerca de las tres la mañana asegurándome que me recogería por la mañana pasadas las nueve, pero se presentó a buscarme a las doce y cuarto. Tardó en sacarme del hotel tres días con sus tres noches. Cada una de esas noches entraba por la puerta con la polla dispuesta a no darme tregua. Hubo veces en las que le bastó con la cama y entonces me penetraba hasta quedarse dormido. Otras veces no le bastaba con la cama y me quería a cuatro patas en el suelo, me soltaba sobre la mesa con las piernas abiertas para él o me sacaba a la terraza. La tercera de esas primeras noches entró con cara de pocos amigos, se desvistió rápido nada más llegar y me habló con desdén hasta que me hizo llorar. Me dijo entonces que tal vez lo mejor para mí sería regresar a Madrid y que él tenía un asunto pendiente allí todavía. El asunto pendiente tiene unos ojos increíblemente hermosos y verdes que le miraban -y quizá le siguen mirando- desde uno de los apartados de su billetera, la cual desplacé hasta el baño durante una de las noches que durmió a mi lado. Aparte de guapísima es la madre de unos hijos a los que aún no he visto. El mayor tiene cinco años y del otro no ha dicho nada ni yo pregunto para no odiar.
Al cabo de una semana mi cuerpo ya se había acostumbrado a recibirle tarde y a deshora. Cuando no llegaba cachondo llegaba cansado procurando siempre, eso sí, facilitarme grandiosos orgasmos que me impedían hablarle del maltrato al que me estaba viendo sometida. Con tenerle allí conmigo me valía, me tenía loca perdida. Hubo noches en los que me folló con una fuerza, más intensa aún de lo ya común, que llegaba a darme miedo. En una ocasión le miré con espanto, pensando que era capaz de romperme algo por dentro, pero esto pareció agradarle y me obligó a mantenerle la mirada mientras me la clavaba sin descanso. Le pedí que, por favor, frenase sus embestidas y él siguió un par de minutos más hasta que se corrió en un sin fin de exclamaciones. La noche siguiente recuerdo que entró en la habitación ya amenazando con querer repetirlo de la misma manera.
Al mes y medio de estar allí me explicó que cambiaríamos de hotel y eso hicimos. Cuando salíamos, que no era diariamente, siempre tenía prisa por regresar a la habitación que era su coto de caza. Me decía que Tánger ya lo tenía muy visto y que yo debía enfocarme en su polla, que aunque también la tenía muy vista siempre reservaba sorpresas para mí. No se equivocaba ya que, a pesar de tenerme allí viviendo en esas condiciones, yo me moría porque sonase el teléfono avisándome de su hora de llegada. Lo peor era verle salir por la puerta sin saber a ciencia cierta cuándo volvería a tenerle dentro. Fueron varias las noches en las que no acudió a verme y yo me tiraba de los pelos en una desesperación que desconocía hasta entonces. Cuando por fin regresaba lo hacía sin dar explicaciones y a mí no me daba tiempo a pedírselas, llegaba tan dispuesto como siempre y no tardaba en desnudarme ni en tirarme sobre la cama.
Una tarde me llamó diciendo que no bajase a cenar, cuyo horario en el hotel siempre vencía antes de su llegada. Dijo que esa noche me recogería y cenaríamos en un restaurante. Como las horas transcurrían lentas tuve tiempo de cambiar el color de mis uñas un par de veces y terminé los últimos crucigramas que él mismo me había llevado un par de noches antes. A la hora marcada yo ya estaba vestida para la ocasión y con una sonrisa imposible de disimular frente al espejo. Miré el reloj varias veces más antes de que se abriera la puerta. Me clavó los ojos antes de cerrarla tras de sí y se acercó a mí despacio, que me encontraba sentada sobre la cama. Se sentó a mi lado y no me dejó colgar los brazos detrás de su cuello como otras veces, retirándome. Me levantó la falda en un solo movimiento, colocando una de sus manos en mi entrepierna a la vez que me preguntó muy serio si tenía realmente pensado salir así a la calle. Sonreí, pensando que le gustaba, pero me sujetó con fuerza la mandíbula con la mano que le quedaba libre y siguió hablando mientras me apartaba con destreza el tanga
-así no puedes salir porque vas provocando y no voy a consentir que nadie te eche un polvo con los ojos... esta ciudad está llena de ese tipo de gente ¿entiendes? gente que quisiera verme muerto por caminar a tu lado
Con uno solo de sus dedos buscó mi clítoris, abriéndole camino al exterior. Seguidamente me besó en la boca, llevándose a continuación ese mismo dedo arriba, chupándolo mientras yo le miraba. Lo bajó de nuevo y lo introdujo en mi vagina, tan húmeda ya como mis propios labios. Mientras maniobraba no dejaba espacio al silencio
-la otra noche comprobé que te das cuenta de cómo te miran todos, ver el deseo en sus ojos te gusta... vi cómo os mirabais el camarero y tú mientras chupabas la cucharita de la maldita copa de helado... luego te sorprende que te folle de esa manera pero es que me pongo enfermo al pensar que quieres que otro lo haga... quítate ahora mismo esa ropa-
Mientras me disponía a hacerlo le entró mucha prisa y me giró bruscamente colocándome arrodillada sobre la cama quedándose a mi espalda. Escuché cómo desabrochó de una tacada los botones de su pantalón y, sin bajarlo, se sacó la polla restregándola contra mi culo antes de clavármela totalmente afilada. Con sus manos sobre mis hombros se mantuvo largo rato metiéndomela de pie, para después correrse escandalosamente dejándome la señal de sus dedos clavados en la cintura. Me dijo que me colocase los tejanos que había usado cuando llegamos, mientras él se secaba la polla con ayuda de mi falda. Apenas hablamos durante la cena y procuré no mirar al camarero en ningún momento, a pesar de que saberle celoso me entusiasmaba.
Tras ese episodio volvió a pasarse varios días sin dar señales de vida. Me hizo cambiarme de hotel otro par de veces en cuestión de semanas y al llegar al último de ellos me hizo volver a jurarle que seré siempre suya, cosa que hice aunque por dentro ya no estaba tan convencida. Había vuelto a las andadas muchas noches, sin intención alguna en complacerme y lloré en la terraza estando sola varias veces. Una noche discutimos porque él quería dormir a toda costa y la discusión fue tan intensa que en un arrebato terminó rompiendo la lámpara de su mesita de noche. No soportaba oírme hablar de su mujer ni yo estaba dispuesta a seguir viviendo allí encerrada, esperándole. Tardé un par de semanas más en concretar el pago de mi regreso en avión a Madrid y recuerdo que se lo conté al quedarnos sin fuerzas tras el último polvo. Mi regreso tendría lugar en un par de días, pero tan solo dijo que él aún tenía cosas pendientes allí. Recuerdo que me quedé dormida poco después soñando con un diluvio que arrasaba con todo, incluyendo mi piso con la Sandra dentro pintando. Cuando me desperté él ya no estaba en la habitación. Al salir de la ducha comprobé que me había dejado una nota sobre la mesita. Decía que volveríamos a vernos en España, que le perdonase por quererme solo para él y que cogería un vuelo la semana siguiente al terminar unos asuntos.
La Sandra atendió al telefonillo tras escuchar arriba su llamada desde el portal, yo me pintaba las uñas de los pies y no hice intención ninguna de caminar para hablarle. La Sandra trasladó el intercambio de mensajes de uno a otro hasta que me sacó de mis casillas y le dije bien fuerte para que pudiera escucharlo que se fuese a tomar por culo y no volviese nunca por allí. La Sandra se quedó a media repetición, separando de pronto la oreja dándome a entender que él también gritaba. Le dije a ella que colgase sin más y eso hizo. Siguió llamando durante unos diez minutos, con insistencia, pero yo le pedí que no atendiera hasta que el ruido me superó y no pude contenerme
-Vete a Marruecos o vete a la mierda pero déjame tranquila! No vuelvas a aparecer por aquí o tendré que denunciarte! No quiero volver a verte ¿te enteras o tengo que decírtelo en árabe?
Colgué el telefonillo dejándole hablando solo, atropellándose en su discurso. Creo que ya no volvió a marcar. Mientras me dirigía a mi habitación con ganas de que llegase el diluvio soñado escuché a la Sandra decir que aún no le había contado el qué había ocurrido entre nosotros. Pegué un portazo al entrar e inmediatamente me dediqué a tirar al suelo la ropa y cosas de él que quedaban en mi armario. A la mañana siguiente, con treinta y cuatro llamadas suyas perdidas en mi móvil y con la ayuda de la Sandra, tiré sus pertenencias en el contenedor de basura y escupí antes de cerrar la tapa. A nuestro regreso al piso, insulté a mi vecina al cruzarnos con ella en el portal y a la Sandra le entró la risa nerviosa.